Así, en mi periplo, llegué a la mítica Gafapastown, donde probé de manos de la Increíble Mujer Incansable algo llamado “Salsa de Nachos”, capaz de resucitar a mis compañeros caídos en el Interminable Combate Contra las Fuerzas del Mal; o lo sería si tuviese compañeros en el Interminable Combate Contra las Fuerzas del Mal. Además, la Increíble Mujer Incansable me introdujo en un interciso de la realidad desconocida para mí hasta entonces, donde se materializaron diversos elementos que muchos catalogarían como parte del imaginario y las creencias más ocultas de la humanidad, pero de los que fui partícipe de manera sensitiva y de los que ahora puedo atestiguar su existencia real.
Así, en esta mitad de la realidad oculta bajo las sombras de lo místico, aprendí algunos de los secretos del Arte del Potorrismo de manos de aquellos que lo revelaron al mundo: aguerridos torturadores y aherrojadores de pagafantas y puteros: Los Jinetes de la Trombonave; vi con mis ojos a un Guardián de la Cueva y Señor de la Imagen, capaz de aprisionar con las pihuelas de su mente aquello que de otra forma se perdería, capaz de retener lo sutil y castigar lo burdo; escuché las diatribas del Gran Simio Guía: encantador de dragones y saurios, descifrador de claves y -como su nombre indica- guía de los legos; quien más tarde me mostró los recónditos secretos de la Panóptica Entrada al Más Acá, revelada a la humanidad en un poema escrito en flores.
También esquivé las fauces de la Gran Cabeza Sentada para llegar hasta el Azote de Melilotos e Ignorantes, cuyos conocimientos actúan como un aura mística, recalando las secas meninges de la moral y merando su puritanismo con una sordidez inhumana.
Arribé también al Puerto de la Alquimia, aunque de manera breve, y allí me fue mostrado el Distrito de los Hombres Blancos: Seres nacidos para transformar la materia a su antojo y colocarse de éter.
Ya en las postrimerías del iniciático viaje, intenté aunque me fue imposible contactar con El Licántropo Primigenio, pues el deber me llamaba y urgía la vuelta a la protección del planeta. Así, tras la sicalíptica velada a la que me condujeron dos Maestros Potórricos, fui advertido de la necesidad de hacer frente, con los últimos estertores de mis humanas fuerzas, al enfrentamiento final con los invasores.
No sé si les vencí, ni me importa demasiado, pero: me perdieron la maleta, tardé dos horas en recuperarla y por culpa de eso tuve de comprar un nuevo billete de tren, que me costó un riñón por comprarlo 6 minutos antes de la partida del ferrocarril.
Y así, tras un conato de historia épica inacabada y que se ha hecho corto, informo de que he vuelto a mi puesto de guaita de la integridad de la raza humana y de su no exterminio por parte de las pérfidas fuerzas extraterrestres.
Ha sido un placer el recibir tan sabias enseñanzas de tan egregios maestros.
Y ahora, a desenterrar el adafina pues me rugen las tripas tras tan intensas vivencias.